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martes, 30 de octubre de 2018

Introducción a las Memorias del Castañar, lunes 29 Octubre 2018

     A continuación se describe la reunión celebrada en la Casa de Cultura entre 40 vecinas y vecinos de Casas del Castañar, con el fin de intercambiar memorias, saberes y también visiones frente a los retos del Valle del Jerte. Empezamos con una primera introducción muy breve de lo que pretende ser el proyecto Memorias del Castañar: sistematizar nuestro pasado para poder afrontar mejor nuestro presente. Seguimos con diversos grupos que nos distribuimos por la sala para hablar de dos cuestiones. Una, la evolución del campo y del monte: usos, formas de hacer agricultura y ganadería, evolución de cultivos. Otra segunda sobre los cambios observados en el propio pueblo. Partimos de la década de los 50 y 60 como momento donde se inician en la comarca del Valle del Jerte un cambio acelerado de los patrones de vida y de relación con nuestro entorno. Aquí va un pequeño resumen. 


Jerte: una superposición de culturas 

    Los pueblos de las comarcas altoextremeñas tienen una muy larga historia. Es raro no encontrar en cada villa del Valle del Jerte una referencia histórica, un camino o un resto arqueológico que los relacione con el mundo de los vetones, los pueblos celtas que se asentaron por debajo del llamado posteriormente Extremo del Duero. La cultura actual es, como tantas otras, fruto de una acumulación de trasiegos y formas de vida por estas tierras. Del mundo vetón, como evidencian los Riscos de Villavieja, ya provienen caminos que cruzan el Jerte, o de esta zona a valles contiguos. La trashumancia hizo rutas. Y dichos poblados vetones indican a su vez la existencia de pequeños asentamientos por las zonas bajas del Valle, las cuales se dedicaban a cultivos varios para abastecer la citania de los Riscos o establecer algún comercio con las proximidades. Se trata de economías de subsistencia que fueron modificándose con el tiempo. La llegada del mundo romano supuso la conversión de parte de las tierras extremeñas en alimento para el Imperio. Y con ello el auge de antiguas rutas, como la Vía de la Plata. También la propia del Jerte, la que permitía el trasiego de personas, ganado y mercancías de Cáceres hacia la meseta por el puerto de Tornavacas. Del mundo árabe, conocedores y amantes de las aguas cristalinas (Xerit que daría nombre al río) heredaríamos una mayor bancalización y el incipiente paisaje de terrazas. También se asentarían frutales, algunos ya conocidos en épocas anteriores, como el caqui o el propio cerezo. Sería la repoblación cristiana la que fundaría a partir de finales del siglo XII los pueblos del valle, en primer lugar. Y posteriormente los de la sierra, El Torno o Piornal, de matriz ganadera y serrana, cuna del habla extremeña de influencia astur-leonesa. Otros pueblos, como las Asperillas que daría origen a Casas del Castañar, desaparecerían como consecuencia de la emigración de sus habitantes. A ello contribuirían las enfermedades cerca del río y sobre todo el hambre de nuevas tierras para una población que debía trabajar, con poca recompensa seguramente, para los señores de Plasencia que poseían o administraban estas tierras. Subieron sus habitantes a poblar las casas destinadas a guardar y secar las castañas. Ya en tiempos de paso de las tropas francesas el nuevo pueblo de Casas del Castañar era el referente de esta parte del Valle, pero también el conflicto fue un factor de huida hacia el nuevo pueblo. Desde esta perspectiva, el Valle del Jerte ha cambiado mucho (su paisaje, poblamientos) y a la vez ha cambiado poco (caminos, cultivos, adaptación al territorio) en el periodo que va de 1.000 años antes de la era moderna hasta finales del siglo XX. Por ello sorprende las variaciones tan intensas registradas entre la década que va de los 70 y los 90. La emigración, la llegada de las máquinas que ayudaban a abrir fincas más fácilmente, las carreteras que llevaban a otras ciudades y mercados, la sustitución animales de carga por el coche, la incipiente aparición de la sociedad de consumo más centrada en el comprar que en el bienestar, la implantación progresiva de una agricultura más industrializada y menos pendiente de la tierra y del agua, la creación de cooperativas y de la agrupación, la necesidad de cambios culturales promovidos por jóvenes y mujeres progresivamente, el fin de la dictadura franquista, entre otros factores, dieron un enorme vuelco a las formas de vida del Valle del Jerte. No sólo cambió la forma de alimentarse o vestirse, sobre todo se alteraron maneras de relacionarse socialmente, de festejar o de enamorarse, de buscar sitios para conversar o para compartir tareas, de concebir la relación con el monte y el agua, de construirse una casa, también de identificar las grandes ciudades que se veían por la televisión y que mostraban los que retornaban en vacaciones con un “necesario progreso”. 





Una mirada a los años 50 y 60 

     El grupo de personas que se ocupó de analizar la evolución de la vida en el pueblo destacó sobre todo dos cuestiones. Una, la abundancia de actividades económicas que sorprenden incluso a quien rememora de nuevo esta época. Había varias panaderías a las que llevar la harina, tres sastres y una modista, varias herrerías, tres tabernas una de ellas posada, zapaterías, varias tiendas donde llegaba pescado como sardinas o besugos, se abrió al poco un primer baile al que seguiría el de Tío Paco. Otra segunda cuestión tiene que ver más con los lugares donde transcurría la vida social. La llegada de la carretera poco a poco desplazó la vida social (los bares por ejemplo) a la parte alta, así como la actividad agrícola a partir de la instalación de la cooperativa en la entrada al pueblo. Pero todas estas zonas eran a mediados del siglo pasado huertos donde recoger o ir a garullas para llevarse alguna verdura o alguna fruta a la boca. En el cruce de la Madrilla con la calle Larga se acumulaban reuniones de jóvenes, trasiego derivado de las tiendas, comerciantes que vendían o venían a buscar productos, etc. El segundo grupo se ocupó más de analizar la evolución de los terrenos que rodean a Casas del Castañar. Destacaban la abundante existencia de higueras, vid, olivo y pastos donde hoy sólo vemos cerezos. El castaño era fuente de ingresos y de energía para el invierno. Había grandes rebaños de cabra que se unían a la cabra de cada casa. Y que en muchos casos se llevaban a pastar colectivamente, con un cabrero que se contrataba a tal fin, por las laderas que llevan a San Bernabé o por encima del pueblo o por el actual cerro. Las cabras sobre todo eran buenas desbrozadoras y ayudaban a mantener estercolado el monte y otros huertos. Por el Mular (Muladar) se extendían huertas pero también tabaco como consecuencia del acceso a riego. La alteración del paisaje como consecuencia del cultivo del cerezo tiene varias explicaciones. Todas ellas apuntan a una necesidad de llevar alimentación a las grandes ciudades, ahora llenas de emigrantes del medio rural. Se introdujeron pesticidas, aparecieron máquinas y se pasó a pensar menos en la diversificación, el autoabastecimiento y en la regeneración autónoma de recursos (como el abono, el mantenimiento de arroyos y caminos). La Unión Frutera, luego cooperativa adscrita a la Agrupación, se crea a mediados de los 60 con objeto de comercializar productos hacia Cáceres, Madrid o Barcelona. Caen en desuso empleos tradicionales. El pueblo experimenta una salida de personas jóvenes buscando otros horizontes de vida. Se abandona la ganadería y aparece la agricultura industrializada y el monocultivo del cerezo. Comienza otra época, que se vive con cierta desazón: el monocultivo de la cereza parece insostenible de un punto de vista económico y ambiental, se desconocen formas tradicionales de cultivo que tanta fertilidad supieron mantener, los jóvenes miran (comentaban los mayores) poco o nada a la tierra. Aunque también hay mucha gente joven que apuesta por quedarse.


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